El temblor en el dedo de Samuel no se repitió. Los párpados dejaron de agitarse. El sensor que había captado la fluctuación volvió a su línea plana y mortal. Pero el eco de ese instante, esa chispa fugaz, se había grabado a fuego en Gabriel. No era una ilusión. Lo había sentido. Algo, en lo más profundo de Samuel, había respondido.
El médico, escéptico, insistía en que eran espasmos post-mortem, reflejos residuales de un sistema nervioso en apagón. Propuso inducir la criopreservación total para "preservar el espécimen para estudio futuro". La palabra *espécimen* hizo que Gabriel viera rojo.
—No —dijo, su voz cortando el aire frío del laboratorio como un cuchillo—. No lo toquen. No le inyecten nada. No lo metan en ninguna cámara.
—Gabriel, si hay la más remota posibilidad… —comenzó Lion, su voz cargada de una esperanza desesperada.
—¡La posibilidad está *aquí*! —gritó Gabriel, señalando su propia cabeza y luego su corazón—. ¡No en sus máquinas! Él respondió a mí. No a un estímulo eléct