El regreso a la mansión Winchester tuvo la cualidad de un sueño febril. La distancia entre los Highlands y Londres se disolvió en una bruma de silencio cargado, roto solo por el zumbido de los motores del jet y el crujido de las páginas del diario de Seraphina bajo los dedos de Samuel. Gabriel pilotaba, sus movimientos precisos pero mecánicos, mientras su mente procesaba el ultimátum del Doctor Vance como una ecuación sin solución positiva.
Samuel no leía el diario; lo **absorbía**. Cada palabra de su madre, trazada con una caligrafía elegante y urgente, era un espejo de su propia existencia. Hablaba del "milagro envenenado" en su vientre, de su lucha para purgar el mercurio, de su horror al descubrir la Fase Omega. "Lion ve un arma", escribía en una entrada marcada por manchas que podían ser lágrimas. "Yo veo a mi hijo. Y si tengo que elegir entre este mundo y el suyo, elegiré incendiar el primero".
Ella había escondido los datos no para proteger a Lion, sino para darle a Samuel, cua