Samuel permaneció arrodillado junto al artefacto inerte, con el olor a ozono y plástico quemado impregnando el aire. Las sirenas se acercaban, transformándose de un lejano presagio a un aullido estridente que rasgaba la noche justo frente a la verja principal. Luces azules y rojas destellaban a través de las ventanas rotas, pintando la habitación violada de Lion y Olivia con los colores de la emergencia.
No había tiempo para el alivio.
Los nanobots, sobre exigidos, le reportaban una oleada de datos fríos: adrenalina en descenso, cortisol elevado, microfibras musculares dañadas por el esfuerzo sobrehumano. Y, en otra habitación, los signos vitales de Gabriel elevándose del letargo hacia la confusión y el pánico.
Se levantó con un esfuerzo, ignorando la fatiga que amenazaba con hundirlo. Su mirada pasó del artefacto al pasillo. El mercenario seguía ahí, inconsciente, convertido en un paquete de problemas con respiración irregular. Evidencia.
El sonido de llantos ahogados y movimientos to