Los ojos de Samuel se estrecharon, enfocados ahora en la puerta de su propia habitación. Los nanobots trazaron una trayectoria instantánea en su mente: el sonido provenía exactamente de enfrente, a cinco metros y medio de distancia. Un solo operativo. El elemento de sorpresa había cambiado de manos; el mercenario no sabía que su objetivo ya estaba despierto y era, en ese mismo instante, el depredador más peligroso de la mansión.
El código murió en sus labios. Ya no había tiempo para advertencias sutiles. Con un movimiento fluido y silencioso, se desprendió de Gabriel, dejándolo apoyado contra la cama. En su rostro se dibujó una expresión glacial, exactamente la de un soldado que reconoce el campo de batalla.
—Quédate. No te muevas. —Exigió el castaño y su voz ya no era un susurro, sino una orden baja, impregnada de una autoridad que Gabriel no le había escuchado en mucho tiempo. No era su novio hablando. Era el Agente Monroe.
Samuel se deslizó hacia un lado de la puerta, fundiéndose c