La vuelta a la normalidad en la Fundación Aurora fue, esta vez, una ilusión consciente. Bajo la superficie de los conciertos, las clases y las risas de los niños, latía una nueva y profunda corriente de propósito. Lion y Olivia no compartieron los detalles del descubrimiento en Escocia con nadie más allá de su círculo más íntimo—Samuel, Gabriel y Andrés—, pero su actitud había cambiado. Había una serenidad resuelta en ellos, una calma que provenía de haber mirado al abismo y haber decidido, con pleno conocimiento, cómo construir un puente sobre él.
Los datos descargados de la bóveda de Silas se convirtieron en el proyecto más secreto y crucial de la Fundación. Samuel, en una sala segura creada en los niveles subterráneos del edificio, se dedicó a decodificar, catalogar y analizar cada byte. No era solo información sobre estructuras; había investigaciones pioneras en energías renovables, conceptos de agricultura vertical, sistemas de purificación de agua de circuito cerrado y materiale