Camila Astor estaba cerca de una chimenea de mármol, hablando con un hombre que solo podía ser Konsttantin Volkov. Era más bajo de lo que parecía en las fotos, pero ancho, con una corpulencia que hablaba de poder físico, no solo financiero. Sus ojos, pequeños y penetrantes, escudriñaban la habitación con la avidez de un depredador. Camila, a su lado, era el epítome de la gracia. Vestía un vestido negro sencillo pero exquisito, y sonreía, pero Ethan, ahora entrenado para mirar, vio la tensión en sus hombros, la forma en que sus dedos jugueteaban con la base de su copa. No era una reunión entre iguales. Ella era la suplicante, mostrando sus logros, negociando por un favor, por un recurso.
En un momento dado, Volkov se inclinó y murmuró algo al oído de Camila. La sonrisa de ella se congeló por una fracción de segundo, un espasmo casi imperceptible antes de que la máscara volviera a su lugar y asintiera con elegancia. Fue entonces cuando Volkov alzó la vista y, por un instante que le pare