La puerta del ático de Knightsbridge se cerró de un golpe sordo, sacudiendo los frágiles marcos de los cuadros. El ambiente dentro era pesado, cargado del aroma a narciso y una ira que tenía sabor a metal. Camila, despojada de toda máscara social, padecía como una leona enjaulada. El kimono de seda se abría con sus movimientos bruscos, revelando una figura tensa y vibrante de furia.
Silas entró con su sigilo característico, pero esta vez su imperturbabilidad era como yeso fresco sobre una grieta profunda. Se detuvo en el centro de la habitación, esperando.
—¿Un fiasco? —La voz de Camila cortó el aire, un susurro cargado de hielo y veneno. —¿Eso es lo que llamas lo de hoy? ¿Un simple fiasco?
—La operación fue comprometida por una variable imprevista: la resistencia física de la señora Winchester. —Declaró Silas, su tono era el de un informe, no una disculpa. —Los activos no estaban preparados para un forcejeo tan enérgico.
—¡No me hables como si fueras uno de tus malditos programas de