Volviendo con Lion y Olivia.
La orden de Lion no había sido una sugerencia. No había dejado espacio para la discusión, ni para los sollozos, ni para las explicaciones entrecortadas que Olivia intentaba formular. Había sido un decreto, pronunciado con la misma fría e inapelable autoridad con la que dirigía su imperio.
—Andrés la llevará a casa. Ahora. —Sentenció con la mirada clavada en Camila quien fingía demencia.
Sus palabras, cortantes como el filo de un diamante, no se dirigieron a ella, sino a través de ella, como si fuera un objeto cuyo traslado era lo único importante. Olivia, todavía temblando por el forcejeo y la traición, abrió la boca para protestar, para suplicar que se quedara, para intentar explicar el nudo de miedo y culpa que le oprimía el pecho. Pero la mirada que Lion le dirigió entonces—un destello gris y gélido sobre su hombro—secó las palabras en sus labios. No era rabia lo que vio en esos ojos. Era algo peor: una decepción absoluta, una furia tan profunda y cont