La pantalla del plasma en la sala de estar de la mansión Winchester mostraba una noticia cultural. "...Y la aclamada violinista Camila Astor ha llegado a Londres para una breve temporada antes de su gira asiática. Considerada uno de los talentos más exquisitos de su generación, su interpretación del Concierto de Sibelius es, según los críticos, 'una revelación divina'..."
Olivia, que pasaba por la sala con una pila de partituras, se detuvo en seco. Su corazón dio un vuelco. Camila Astor. El nombre era una campana que resonaba en lo más profundo de su ser. Durante años, había sido su referente, el pináculo al que aspiraba cada vez que sus dedos recorrían el teclado. Tenía todos sus discos, había devorado cada entrevista, cada reseña. La forma en que Camila abordaba a Bach, con una pureza casi dolorosa, o su fuego controlado en las obras de Paganini, eran para Olivia una lección magistral de lo que significaba ser una verdadera artista.
—Lion, ¡mira! —Exclamó, señalando la pantalla. —¡E