El sol de la tarde comenzaba a declinar, tiñendo el estudio de música de la mansión de tonos anaranjados y largas sombras. Olivia, sentada al piano, no tocaba. Sus dedos estaban inmóviles sobre las teclas, pero su mente era un torbellino de cálculos y anticipación. Andrés, como una estatua viviente, permanecía cerca, habiendo entregado hacía unos minutos el último informe de vigilancia. Las palabras resonaban en su interior: "Caleb Winchester ha ingresado a la suite 1204 del Hotel Royal. Beatriz Hale llegó junto a él en su coche. Ordenaron champagne. Las cortinas están cerradas."
Era el movimiento esperado. El cebo había sido tomado. Beatriz, incapaz de resistir la oportunidad de reafirmar su poder sobre un hombre débil, y Caleb, siempre tan predecible en su búsqueda de validación en los brazos equivocados. Una fría satisfacción, mezclada con el residuo amargo del dolor, se instaló en el pecho de Olivia. Era el momento.
Tomó su teléfono, un dispositivo elegante y discreto, y marcó el