El suave “Clic” de la cerradura al destrabarse resonó tan fulminante como un disparo en el silencio del amplio pasillo desierto. Allison contuvo la respiración, con su mano, que había dado la orden de abrir la puerta, aún suspendida en el aire, temblando cuál cachorro asustado. Por un momento eterno, nadie se movió. Era como si el universo entero contuviera el aliento, esperando el cataclismo que se gestaba al otro lado de esa puerta de madera maciza.
Hasta que Olivia fue quien, con una calma que resultaba casi sobrenatural, dio el paso final. Extendió la mano y empujó lentamente la pesada puerta de madera.
Entonces, la suite se reveló ante ellos en toda su opulenta decadencia. Era un espacio amplio, con vistas panorámicas a la ciudad, que ahora estaba iluminada por miles de luces titilantes. Había botellas de champaña vacías que yacían sobre la mesa de centro de mármol y la ropa de ambos culpables estaba esparcida por el suelo, como marcando un camino hacia el dormitorio cuyas puerta