La luz de la mañana se filtraba por los altos ventanales del comedor de la mansión de Lion y Olivia Winchester, bañando la larga mesa de caoba en un cálido resplandor dorado. Olivia, envuelta en una suave bata de seda color champán, se llevaba una cucharada de yogur a los labios. El sabor era suave, fresco, pero no lograba disipar la sensación de irrealidad que la envolvía desde su regreso del hospital. A su lado, Lion, impecable con su traje de negocios, revisaba discretamente su teléfono con una mano mientras con la otra sostenía su taza de café negro.
Andrés, de pie y discreto cerca de la puerta, era la única nota de tensión en la escena doméstica. Su presencia era un recordatorio silencioso de que la normalidad era solo una fachada frágil, un interludio entre las crisis que parecían perseguirla.
Olivia dejó la cuchara sobre el plato con un suave tintineo.
—Lion, cariño. —Dijo, rompiendo el silencio. —Debo dar clases en la academia en un par de horas. Los niños… estarán esperando.