105: Sea quien sea, pagará...

La primera bocanada de conciencia fue un puñal de dolor en las sienes de Olivia. Un olor penetrante a cloroformo aún se aferraba al interior de su nariz, mezclado con el aroma a limpio y neutro de las sábanas de algodón de su propia cama. La luz del amanecer, suave y dorada, se filtraba por las persianas de su dormitorio en la mansión de Lion, pero no traía consuelo. Solo iluminaba los ecos de la pesadilla.

Giró la cabeza y ahí estaba él. Lion, sentado en un sillón junto a la cama, inmóvil como una escultura de ira solidificada. No dormía. Sus ojos, inyectados en sangre y con unas ojeras profundas, estaban fijos en ella, pero al ver que despertaba, su expresión no se suavizó. Se intensificó. Era la mirada de un hombre que había visto el abismo y estaba listo para arrojar a otros dentro.

—Lion… —Su voz era un rasguño, un hilo de sonido.

Él se inclinó hacia adelante, tomándole la mano con una fuerza que era a la vez un ancla y una jaula.

—¿Recuerdas algo? ¿Algo más de lo que pasó? —Preg
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