Lion no les prestó atención. Cruzó la habitación en tres zancadas y se arrodilló frente a la cama. Sus manos, que podían ser tan brutales, se cerraron sobre los hombros de Olivia con una ternura desgarradora.
—Olivia. —Murmuró con su voz áspera por la emoción. —Estás a salvo. Lo siento, lo siento mucho.
Ella se estremeció, y luego, como si su nombre fuera la llave que abría la compuerta de su miedo, se derrumbó contra su pecho. Un sollozo profundo y tembloroso sacudió su cuerpo. Lion la envolvió con sus brazos, apretándola contra sí, como si pudiera absorber su terror a través de la piel. La rodeó por completo, creando un muro con su cuerpo entre ella y el horror de la habitación.
—Te tengo. —Susurró una y otra vez contra su cabello. —Nadie te volverá a hacer daño. Lo juro.
Mientras la consolaba, su mirada, fría como el acero, se elevó por encima de su hombro y se clavó en Julián Mercer. El hombre, viendo el caos, intentaba escabullirse hacia la puerta, aprovechando la confusión.
—Él.