Era Noelia, quien se veía demacrada y afligida.
Llevaba días buscando la forma de acercarse a Álvaro.
Primero intentó colarse en su habitación del hospital, pero la seguridad era demasiado estricta.
Recordaba con angustia cómo, tras confesarle a Álvaro que él era «un sustituto», había provocado la ira de los ancianos de la familia Rojo. Si se presentaba sin haber calmado antes a Álvaro, esos dos viejos implacables podrían cebarse con ella de mil maneras.
Al final concluyó que la única vía para verlo era plantarse en el edificio del Grupo Saavedra y esperarlo.
Laura la observó con frialdad, como si tuviera delante a alguien débil y lastimero.
—¿Fuiste tú quien divulgó que el señor Álvaro estaba herido?
Poca gente sabía realmente de la lesión de Álvaro. Fuera de la familia cercana, solo Cristóbal y su padre la conocían, y era improbable que la difundieran porque, en ese caso, Gabriela saldría perjudicada, y Cristóbal no permitiría que eso ocurriera.
Noelia se quedó atónita ante la pregun