Limpiaba cada mancha de sangre o cicatriz sin inmutarse, sin juzgar, diciéndoles con voz suave que no pasaba nada, que quien estaba herido podía sangrar muchas veces y, aun así, seguiría habiendo oportunidades de sanar.
También tenía una paciencia infinita.
Si, al limpiar las heridas, volvía a surgir sangre, no se inmutaba. Los consolaba con un suave "No pasa nada, es normal que siga doliendo. Si no se limpia de una vez, lo haremos las veces que haga falta. Algún día sanará, tarde o temprano."
Hans sabía que la mente humana era compleja y frágil; aunque Cristóbal no podía garantizar una cura total, sí ofrecía algo de esperanza.
Y si alguna vez llegara a "caer de ese pedestal" en el que la gente lo había colocado, quienes realmente sufrirían no serían solamente él, sino sus pacientes, quienes verían esfumarse su poca fe en la recuperación.
—¡Qué mujer tan problemática! —bromeó uno de los integrantes del grupo, refiriéndose a Gabriela.
Todos sabían quién era "la manzana de la discordia".