—No te apresures —respondió Iliana, reprimiendo dos toses entrecortadas—. Llevo mucho tiempo sin hablar con nadie. Te prometo que no te dejaré irte de aquí con las manos vacías. ¿Qué te parece si empiezo por presentarme como es debido?
Gabriela mantuvo una mano en el bolsillo de su abrigo, sin pronunciar palabra. No obstante, la actitud de silencio de Gabriela no impidió que Iliana continuara con su relato.
—Me llamo Iliana Saavedra, la primera hija nacida en la generación actual de la familia Saavedra. Aun siendo mujer, mi padre me prodigó bastante afecto. Igual que a ti, cuando vine al mundo no faltó quien predijera que sería una niña bendecida con fortuna y lujos… —explicó Iliana con una sonrisa llena de sarcasmo—. No recuerdo si tenía diez u once años, o quizá era aún más pequeña. El caso es que un día me enfermé: en mi cerebro empezó a crecer algo que no debía.
Dicho esto, se frotó la cabeza con suavidad. Gabriela, que seguía cada uno de sus movimientos, se fijó en la multitud de