CAPÍTULO — Tu padre vuelve a sonreír
El murmullo volvió a apagarse cuando Ernesto cruzó el umbral del tribunal, no por una orden, no porque alguien lo pidiera, sino porque su sola presencia tenía el peso suficiente para imponer silencio, y aunque caminaba despacio, apoyándose apenas en su bastón, cada paso parecía más firme que cualquier sentencia pronunciada minutos antes.
Victoria creyó que el pecho se le iba a partir cuando vio su figura recortarse entre la luz del pasillo y la penumbra solemne de la sala, porque hacía meses que no lo veía caminar sin el miedo constante de que en cualquier momento se desplomara otra vez, y porque había soñado muchas veces con ese instante sin atreverse a creer que de verdad ocurriría.
Samuel fue el primero en adelantarse para ofrecerle el brazo, pero Ernesto negó con una leve inclinación de cabeza, no por orgullo sino por necesidad, por esa necesidad silenciosa de demostrar que todavía podía sostenerse por sí mismo, que aunque el cuerpo ya no