CAPÍTULO — “Las pruebas”
Héctor Castro salió del Montaldo con el pecho ardiendo y las piernas más pesadas que nunca,caminaba con su bastón en la mano casi no lo apoyaba.
No era la edad.
No eran los años de trabajo.
Era ese muchacho.
Ese nieto al que nunca dejó ser su nieto.
Ese hombre que, frente a todos, lo miró a los ojos y dijo con una firmeza que lo atravesó:
> —Yo ya lo tengo todo.
Y lo que tenía… no era él.
Era ella.
La heredera Montaldo.
La competencia de toda la vida.
El chofer abrió la puerta del auto, pero Héctor no subió de inmediato. Se quedó un instante frente a la fachada del hotel que había visto crecer al lado del suyo, como una espina clavada durante décadas.
El Montaldo.
Desde que tenía memoria como empresario, ese nombre le había dolido.
Compartían ciudad, turistas, congresos, bodas, proveedores.
Siempre compitieron.
Siempre quiso superarlos.
Y ahora, el nieto que podría haber llevado el apellido Castro con orgullo… estaba del lado de ellos.
Del la