Capítulo — La primera noche en casa de Felipe
La mansión Montaldo respiraba diferente esa noche. El eco solemne de los pasillos, tantas veces cargado de silencios pesados, se había llenado de un murmullo nuevo: Ernesto, aunque con esfuerzo, había comenzado a pronunciar más palabras. Palabras sueltas, frases entrecortadas, pero claras.
Para Clara fue como una brisa de vida. Cada sílaba la hacía sonreír, cada gesto de su marido le devolvía veinte años de juventud. Para Victoria, en cambio, era la única grieta en la coraza: verlo recuperarse, escuchar un “Vicky” mal pronunciado, era lo único que la ablandaba, que le devolvía esperanza.
La cena fue sencilla: sopa liviana, pollo al horno y frutas de postre. Ernesto comió despacio, con la ayuda de Clara y de Felipe, el enfermero recién incorporado que ya parecía parte de la familia.
—No quiero que sigas yendo y viniendo todos los días —le dijo Clara a Felipe esa tarde—. Es un viaje largo, y aquí tendrás tu espacio.
El muchacho agradeció