Raiden sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo. No podía ser, era imposible tanta coincidencia.
—Cariño… —dijo despacio, intentando sonar tranquilo—, ¿cómo dijiste que se llama la señorita que te regaló esto?
—Se llama Ana, papá. Es una señorita muy bonita. Yo quiero regalarle algo también. ¿Podemos comprarle algo, papá?
Raiden no respondió enseguida. Se quedó mirándola en silencio, como si las palabras de su hija se hundieran lentamente en su mente. Ana… Ese no era su nombre, pero dar un nombre falso no era nada complicado.
¿Podría ser posible? ¿Podría realmente ser ella? Todo dentro de él se negaba a creerlo, pero al mismo tiempo, cada detalle parecía encajar demasiado bien: el collar y el modo insistente en que se acercaba a Charlenne, según los comentarios de Tania.
Raiden apretó la mandíbula, conteniendo la rabia que comenzaba a arderle en el pecho. Si en verdad era ella, no permitiría que esa mujer volviera a irrumpir en la vida de su hija de esa manera. No después de tan