Antes de que Annika pudiera reaccionar, la niña —que no había dejado de observar atentamente a ambas— intervino con su vocecita clara y firme, interrumpiendo con inocencia.
—No… ella no es mi mamá, es mi Nana —esclareció. Su tono no era desafiante, sino simplemente honesto, como quien siente la necesidad de aclarar algo que se ha dicho mal.
La mujer que la acompañaba soltó un leve suspiro y miró hacia la niña con semblante de reproche.
—Charlenne… —articuló como quien reprende sin enojo pero con autoridad, dándole a entender que no debía decir eso.
—¿Charlenne? —repitió Annika—. Así es como te llamas, ¿cariño? —añadió, mirándola con ternura. La niña asintió despacio, bajando la mirada un poco, mientras sus manos jugaban nerviosamente con el dobladillo de su vestido.
—Disculpe, señorita —intervino la mujer, intentando mantener la cortesía a pesar de su evidente incomodidad—, ¿podría decirme qué es lo que quiere?
Annika la miró con los labios entreabiertos, sin saber bien cómo explicar lo que acababa de sentir.
—Perdóneme, de verdad… no quise causarle preocupación ni hacer nada indebido —manifestó. Luego su mirada se desvió brevemente hacia la niña, como si las palabras que seguían no fueran solo para la mujer, sino también para aquella pequeña que la observaba en silencio—. Es solo que… conozco a una niña que se parece muchísimo a Charlenne… y por eso me acerqué. El parecido es… realmente impresionante.
—Ya veo —replicó la mujer, aunque en sus ojos todavía había una clara sombra de duda, como si le costara creer la explicación que Annika había dado.
—¿Podría hablar un momento con ella? —agregó Annika, a lo que la mujer negó con la cabeza.
—Creo que no sería lo mejor. No puedo dejar a la niña sola con una desconocida —explicó.
—No, no. No tiene que alejarse. Quédese con nosotras, solo quiero hablarle un momento. Ella es muy bonita y agradable —expresó, tratando de transmitir calma y buena intención—. Charlenne, ¿te gustaría jugar conmigo?
La pequeña levantó los ojos hacia ella, pero antes de que pudiera responder, la mujer que la acompañaba habló con firmeza pero sin alterarse.
—No nos quedaremos por más tiempo, debemos irnos, nos están esperando.
Annika asintió con la cabeza y respondió suavemente, con un dejo de disculpa.
—Está bien, lamento haberlas importunado, de verdad.
La mujer asintió y, sin apresurarse, tomó de la mano a la niña y comenzaron a alejarse. Charlenne, con la curiosidad natural de su edad, volteó para mirar hacia Annika, y ella le devolvió la mirada, agitando suavemente la mano en señal de despedida. La niña, tras un último vistazo, giró de nuevo hacia adelante y continuó caminando junto a la mujer.
Annika las siguió con la mirada y notó que ambas se acercaron a un coche, el cual era de un estilo claramente lujoso, con un brillo que delataba su alto valor. La mujer ayudó a Charlenne a subir al asiento trasero, asegurándole el cinturón con cuidado, y luego se sentó a su lado.
Desde el asiento del conductor, un hombre trajeado esperaba al volante, un chofer que mantenía la atención en la calle mientras las mujeres se acomodaban. Annika observó todo con atención, y mientras el coche arrancaba y se alejaba, un sentimiento extraño la invadió: la ilusión de haber conocido finalmente a esa niña que había soñado tantas veces y que ahora parecía existir en la realidad, aunque fugaz y distante. Se quedó allí, sola, viendo cómo desaparecían, pero con la esperanza de volver a verla.
El coche continuó su trayecto, avanzando por varias cuadras, hasta que finalmente se detuvo frente a una imponente mansión que destacaba por su arquitectura elegante y sus detalles cuidados. La mujer ayudó a Charlenne a descender del vehículo, tomando su mano y guiándola hacia la entrada principal.
Ambas cruzaron el umbral y, al adentrarse en el amplio salón, Charlenne pudo observar a un hombre que se encontraba conversando con varias personas, aparentemente dándoles instrucciones y señalando diferentes puntos de la estancia con movimientos precisos.
La escena transmitía organización, los muebles ya se encontraban en su lugar, pero aún se estaban ultimando detalles, acomodando los objetos y asegurándose de que todo estuviera perfectamente ordenado. Era evidente que la mudanza estaba prácticamente concluida, y el ambiente estaba lleno de actividad y concentración.
Charlenne, con su energía característica de niña pequeña, corrió sin vacilar hacia el hombre que la esperaba, y con un grito lleno de alegría exclamó.
—¡Papá, ya regresé!
El hombre se giró hacia ella con una expresión de ternura y respondió con suavidad.
—¿Cómo estás, mi pequeña? —sin dudarlo, la levantó en brazos y la sostuvo con firmeza, permitiendo que la niña se abrazara a él, aferrándose a su padre mientras su rostro se escondía en su hombro. La conexión entre ellos era natural, un lazo de cariño y confianza que no necesitaba palabras.
El hombre dirigió una mirada a la mujer que acompañaba a Charlenne y preguntó con interés.
—¿Todo bien, Tania?
Ella, con serenidad y profesionalismo, respondió afirmativamente.
—Sí, todo bien, señor Raiden. El parque al que fuimos era bastante bonito y amplio, y me han dicho que allí siempre van muchos niños. A Charlenne le ha encantado.
Raiden sonrió levemente, satisfecho con la respuesta, y su atención volvió a centrarse en su hija, quien continuaba abrazándolo, completamente absorta en aquel instante de seguridad y afecto.
—Entonces, te divertiste mucho —resaltó—. ¿Te gusta este lugar? Ya por fin está nuestra nueva casa.
La niña se separó ligeramente de su abrazo, aunque permaneciendo cerca, y respondió con entusiasmo.
—Me gustó mucho, papá. En el parque conocí a alguien.
Raiden frunció ligeramente el ceño, sorprendido y curioso.
—¿Ah, sí? ¿Tienes un nuevo amiguito?
Charlenne, con la inocencia de su edad, hizo una aclaración.
—Era una mujer mayor, una adulta.
Raiden se giró hacia Tania con una expresión de extrañeza, buscando una explicación.
—Una señorita se acercó a Charlenne y comenzó a hablarle —expuso Tania—. Dijo que le parecía mucho a una niña que conocía, que el parecido era muy grande, y por eso quería conversar con ella. Incluso expresó su deseo de jugar, pero la verdad es que, debido a que era una desconocida, yo mantuve cierta precaución y no la dejé acercarse demasiado.
—Nana le dijo a la señorita que ella es mi mamá —agregó Charlenne repentinamente—. Pero no es mi mamá, es mi Nana.
Tania no era familiar de Charlenne, no existía ningún vínculo sanguíneo entre ellas. Era simplemente la cuidadora de la niña, la niñera responsable de su bienestar bajo la supervisión de Raiden. Su presencia constante en la vida de Charlenne se debía únicamente a su trabajo, y no a ningún lazo familiar.
—Le dije que era su madre porque no quería que la señorita pensara que Charlenne estaba sola —explicó Tania.
Charlenne, mostrando la sinceridad y rectitud de su carácter, añadió rápidamente.
—Yo le dije la verdad a la señorita. Tú y Nana siempre me enseñan que no debo decir mentiras, que siempre tengo que decir la verdad. Por eso se lo dije, que ella no es mi mamá, que es mi Nana.
Raiden no pudo evitar sonreír con orgullo por la claridad moral de su hija.
—Tienes toda la razón, cariño, no tienes que decir mentiras. Eres una niña muy obediente y noble —le dio un beso en la frente.
Con la naturalidad e inocencia de una niña que ya sentía la confianza de su hogar, Charlenne miró a su padre y expresó un deseo.
—Quiero volver a ese parque, papá.
Raiden asintió con paciencia y cariño, prometiéndole sin dudarlo.
—Sí, claro, mi pequeña, por supuesto —luego, su mirada se dirigió a Tania—. Puedes llevarla cuando termine de hacer sus tareas.
—Claro que sí, señor —aseveró Tania.
Charlenne, sin perder un instante, insistió con un pequeño toque de insistencia juguetona.
—Pero yo quiero ir contigo, papá, quiero que tú me lleves, quiero jugar contigo.
—Mi pequeña, lo siento pero no puedo, tengo que trabajar. Pero te prometo que el domingo pasaremos todo el día juntos; iremos a ese parque, tomaremos helado, o podemos ir a la playa, a donde tú quieras.
Al escuchar la promesa de su padre, los ojos de Charlenne se iluminaron y su expresión se llenó de alegría genuina.
—¿En serio? ¡Qué bien! —exclamó antes de abrazarlo de nuevo, sintiendo el calor y la seguridad de la cercanía de su padre.
En aquel instante, la escena estaba impregnada de armonía y tranquilidad; la mudanza avanzaba, los muebles se acomodaban en la nueva casa, y el ambiente estaba lleno de orden y calma. Todo parecía encajar en su lugar, y en medio de ese caos cotidiano, la felicidad y la seguridad de Charlenne, sostenida por la atención de Raiden y Tania, creaban un momento perfecto de estabilidad y ternura que reforzaba la confianza de la niña en su entorno.
Annika, por su parte, volvió a casa poco antes de que el reloj marcara el mediodía. El corazón aún le latía con vehemencia, no por una crisis, sino por la emoción que la envolvía desde que dejó aquel parque.