Capítulo 13. Los rencores que nos atan
Verónica llegó a su casa y tomó un vaso de agua. Abrió la puerta que comunicaba la pastelería desde dentro y encendió la luz.
Su pastelería era preciosa, no lujosa, pero cada pedacito estaba hecho con cariño, y se sentía. La gente asistía allí, y sin importar los problemas sonreían al comer el primer bocado.
Verónica estaba muy orgullosa de lo que había logrado, pero no podía ocultar el hueco que sentía en el corazón.
Un sollozo se escapó de su garganta, cargado de dolor y pena.
Sintió la mano de su madre en su espalda.
— ¿Qué te pasó mi amor? ¿Por qué lloras?
Verónica se giró y abrazó a su madre que la acogió en sus brazos dándole consuelo como si fuera una pequeña.
—Porque soy estúpida, mamá…
—No lo eres… ¿Qué te pasó?
—Mauricio.
Lucía hizo una mueca.
— ¿Hasta cuándo ese hombre tendrá el poder de hacerte llorar? ¿Qué hizo esta vez?
—No hizo nada en realidad. Es que sale con una mujer. Mayor que él —argumentó dolida—, aunque es muy bella. Ab