Noah se acercó a ella. Tan semejante a un perro que agacha la cabeza delante de su amo. Sus rodillas tocaron el suelo. Su garganta se cerró por el cúmulo de sentimientos.
—Me voy a morir. No aguanto más —sollozó Leah, y se aferró a la mano de su amado—. Nunca había sentido algo así.
El cuerpo de Leah se arqueaba de dolor, como si algo desde adentro le apretara el estómago con violencia. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Apretó los labios. Después de unos segundos aspiró el aire con fuerza.
Noah volvió la vista hacia Ezra.
—Ella nos eligió a nosotros —dijo con voz tensa—. El líder del pabellón donde nos enviaron nos dijo que debíamos estar aquí. El médico dijo que debíamos retrasar el parto.
—Si usas tu poder, ¿ella estará bien? —la ansiedad se filtró en cada palabra—, ¿verdad?
—Eso hago —asintió con la cabeza. Su frente brillaba por la ligera capa de sudor—. No he dejado de hacerlo desde que llegué.
—¿Qué es lo que tiene? En la mañana todo estaba bien.
—El médico informó que el bebé e