El ambiente en la sala se tornó extraño, como si el aire mismo se negara a fluir. El Rey se mantenía erguido en su gran silla, con los ojos fijos en Noah, quien hablaba con una calma que apenas disimulaba su incomodidad.
―Su majestad, hay... otras maneras ―dijo finalmente―. Mi compañera puede traer una visión durante el proceso…
―¿Esperas que también tu compañera esté ahí? ―el Rey arqueó una ceja, con una sonrisa cargada de ironía―. Vaya costumbres liberales que se forjaron en el Este. ―Se aclaró la garganta―. Quizá si se tratara de otro tipo de relación sería más sencillo. Pero soy demasiado territorial, alfa Noah. Hablamos de “mi” compañera.
―Entiendo.
―No, no lo creo ―replicó con dureza―. Si lo entendieras, no lo plantearías. ¿Imaginas lo que se debe sentir los ojos de otro macho fijos en tu compañera?
Noah sostuvo su mirada con frialdad.
―Una furia colosal ―reconoció, como quien describe su propio infierno. Había tenido la suficiente “madurez” mental para, de a poco, ar