118 ¿Qué tengo que hacer?
Un silbido afilado cortó el aire como una cuchillada. El aire olía a óxido y rabia contenida. La docena de guerreros se partió en dos con una disciplina letal; una mitad se abalanzó sobre el rastro de Cassian y la preciada carga que protegía, mientras la otra mitad cerró un cerco implacable alrededor de Noah, un muro viviente de acero y músculo que ahogó toda esperanza.

—¿Tuyo? —rugió Noah, con una rabia que le nubló la vista y le envenenó la sangre—. ¡Aquí no hay nada que te pertenezca!

La sonrisa de Lucian se esfumó, sustituida por una máscara de odio puro, un vacío gélido que prometía dolor.

—Tu hocico y tu maldita osadía —escupió, cada sílaba un azote— nunca aprendieron a callarse. Hoy lo harán para siempre.

Una seña casi despreciable de su mano activó la trampa. Los guerreros cayeron sobre Noah como buitres sobre un cadáver aún caliente. Él peleó con la furia de un condenado; sus nudillos crujieron como ramas secas en medio del odio. Sus puños se estrellaron contra coraza
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