Noahlím se giró despacio. Su rostro mostró sorpresa. No entendía sus palabras, solo observó el rostro del sanador, rojo, y su ceño fruncido.
Ezra avanzó dos pasos. La ira le tensó el cuerpo.
—¿Te vas a casar con el heredero del Oeste?
Ella no respondió de inmediato. Solo lo miró. Largo. Como si intentara leerle el alma.
—Así que no me visitas y cuando lo haces es para interrogarme como si hubiera cometido un crimen. —Alzó una ceja, con ese gesto burlón que siempre lo descolocaba—. ¿Por qué tendría que responderte?
—Vine a entender cómo puedes hacerlo —disparó Ezra—. Cómo puedes unirte a Mehir como si…
—Como si tú no me hubieras rechazado y luego jugaras a que sí te importo para después actuar como si no fuera nada para ti —lo interrumpió ella, firme pero sin intención de herir.
Ezra se detuvo. Miró a otro lado, incapaz de sostener la intensidad de sus propios sentimientos.
Noahlím continuó. Bajó la mirada apenas.
—Tú lo dijiste, Ezra. Con esa maldita calma tuya… “no somos nada”. Esas