Ámbar había despertado varias horas después de lo que le había ocurrido, en la habitación del hospital envuelta en una sensación de confusión. Cuando su mirada logró enfocar el entorno, vio a Raymond sentado junto a la cama.
En cuanto él notó que ella abría los ojos, se incorporó y le tomó la mano.
—Gracias a Dios despertaste —susurró.
Ámbar lo miró sin entender del todo lo que ocurría.
—¿Qué… qué me pasó? —preguntó.
Raymond dudó si debía contarle la verdad, pero había aprendido a leer a Ámbar: era una mujer honesta, entonces esperaba honestidad de parte de los demás.
—Sufriste una intoxicación —le explicó, sin rodeos—. En los análisis encontraron restos de pesticida en tu organismo. Una cantidad considerable, Ámbar.
Ella abrió los ojos con asombro.
—¿Pesticida? No puede ser…
—El médico dice que es poco probable que sea un accidente, así que estoy investigando todo personalmente. Y te lo prometo, Ámbar: si descubro que alguien lo hizo a propósito, esa persona pagará muy caro.
—Tengo