C98: Ese embrión lo mandé destruir.

Ámbar la miró con una expresión tan desconcertada que Alaska por un instante creyó que se burlaba de ella. Sus cejas se arquearon lentamente y parpadeó varias veces, como si tratara de asegurarse de haber escuchado bien aquellas palabras. Luego, una mueca de asombro se dibujó en su rostro.

—Vaya… —articuló—. Pues te felicito. Eso significa que me hiciste caso, Alaska. Que decidiste escucharme y poner en práctica mis palabras. No era tan complicado, ¿verdad? Solo necesitabas un empuje.

Alaska frunció el ceño, confundida.

—¿Ahora qué tonterías estás diciendo? —cuestionó.

Ámbar no desvió la mirada ni un segundo. Sus ojos se mantuvieron en los de Alaska, y una sonrisa lenta, casi maliciosa, se extendió por su rostro.

—Recuerda, yo misma fui quien te sugirió que, si tanto querías tener un hijo con Vidal, lo tuvieras tú misma con él. Porque este hijo que llevo en mi vientre —colocó una mano sobre su abdomen con un movimiento instintivo, protector— no te lo voy a entregar. Este bebé es mío
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