Vidal frunció el ceño, sus facciones se endurecieron y sus ojos lanzaron una mirada fulminante hacia el intruso.
—¿Quién eres tú?
Elías no retrocedió ni un paso. Avanzó lentamente hacia ellos, sin apartar la vista de Vidal.
—Más bien, ¿tú quién eres? —cuestionó.
—Esta es una conversación privada. No tienes por qué entrometerte —refunfuñó Vidal.
—No me quedaré de brazos cruzados mientras le faltas el respeto a la señora. Es evidente que la estás incomodando. ¿Serías tan amable de soltar su brazo?
Vidal se quedó callado por un instante, luego giró lentamente la cabeza hacia Ámbar.
—¿Este es el hombre con el que te casaste? Respóndeme.
Al mismo tiempo, su mano se cerró con más fuerza sobre el brazo de ella, arrancándole una mueca de dolor que, aunque no muy notoria, no pasó desapercibida. Elías lo notó al instante, y en un movimiento rápido, sujetó la muñeca de Vidal. La presión de su mano era contundente, tanto que Vidal, sorprendido por la fuerza del otro, se vio obligado a aflojar el