C7: Nadie puede enterarse.
Cuando Ámbar escuchó pronunciar el nombre de Raymond Schubert, se quedó paralizada. La sorpresa fue tan grande que por unos segundos lo único que pudo hacer fue fijar la mirada en el rostro del hombre que yacía tendido en la cama.
Al llegar a aquella habitación no lo había reconocido. La impresión inicial fue la de un rostro familiar, alguien que de alguna manera le recordaba a alguien más, pero su mente no había logrado asociarlo con el hombre famoso de las revistas y de las pantallas.
La diferencia era bastante. El Raymond Schubert que el mundo conocía, ese que aparecía sonriente en fotografías, rodeado de flashes y periodistas, poco tenía que ver con la figura que ahora tenía frente a los ojos. Aquí no había trajes elegantes ni un porte imponente; en su lugar, había un cuerpo delgado, un rostro pálido y consumido por la inactividad, conectado a máquinas que sostenían cada uno de sus signos vitales. Esa transformación física hacía difícil reconocerlo a simple vista, y por eso Ámbar