C124: No voy a perderte.
Ámbar cruzó el umbral de su dormitorio, empujó la puerta con una brusquedad desesperada y se precipitó hacia el baño. No tuvo tiempo de pensar, ni de respirar siquiera: cayó de rodillas frente al inodoro y empezó a vomitar con una violencia que la desgarraba por dentro.
El cuerpo entero le temblaba; el estómago se le contraía una y otra vez, como si quisiera expulsar no solo el contenido de sus entrañas, sino también la escena que la había lacerado hacía unos instantes. Un sudor frío le perlaba la frente mientras las arcadas se repetían sin tregua. El asco no era solo físico: era un estremecimiento moral, una sacudida que le recorría la espina dorsal y que se incrustaba en lo más profundo de su pecho, allí donde comenzaba a formarse el dolor más insoportable.
Mientras vomitaba, los sollozos empezaron a escapar de su garganta, como si cada lágrima fuese una grieta adicional en un corazón ya resquebrajado. Le dolía el vientre, le dolía el estómago y le dolía el pecho con una presión in