C118: No hagas ninguna estupidez.
Margot había articulado aquellas instrucciones con la frialdad de quien ya había calculado cada riesgo y cada fisura dentro del tablero. Había fallado en su intento anterior de envenenar a Ámbar, un fracaso que aún le ardía en la memoria como una humillación personal.
Desde ese momento, Raymond se había convertido en un guardián paranoico. Exigía supervisar cada porción de comida, cada bebida, cada infusión, cada mínimo detalle que Ámbar consumiera. Había levantado un muro infranqueable a su alrededor, imposible de sortear para cualquiera que pretendiera dañarla.
En cambio, él mismo descuidaba por completo su propia alimentación. Y Margot, con su intuición astuta, sabía que ésa era la grieta exacta que debía explotar. Era en Raymond donde debía concentrar su próximo movimiento, si quería derribar al matrimonio desde dentro.
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Al día siguiente, cuando los primeros haces de luz comenzaron a filtrarse a través de las cortinas del hospital, la habitación donde Alaska reposaba adquirió