ELAINE
Steph pasó por la casa. A estas alturas, el hecho de que me estuviera quedando en casa de Duncan aparentemente era la noticia más importante del pueblo.
Los empleados de Duncan no podían dejar de susurrar, mirar fijamente y probablemente apostar sobre cuánto tiempo duraría yo allí. Así que cuando Steph se pasó por allí ese viernes por la tarde, no me sorprendió. Lo que sí me sorprendió fue la manera en que me miró como si me hubiera crecido una segunda cabeza.
—¿Te estás quedando aquí? —preguntó con los ojos muy abiertos, como si le hubiera dicho que me mudaba a la luna.
—No es exactamente una fiesta de pijamas —le dije, conteniendo un suspiro—. Es temporal. Solo hasta que las cosas sean más seguras. Estoy aquí únicamente porque mi casa sigue destrozada y Duncan insistió en que me quedara con él hasta que atrapen al acosador.
Steph arqueó una ceja juguetonamente.
—¿Estás segura de que es la única razón o tiene que ver con alguien más?
La miré firmemente.
—Sí.
—Vale... —dijo. Des