ELAINE
Elaine estaba en mi casa, respirando mi aire, caminando como si perteneciera allí, y me estaba volviendo loco.
No de una manera ruidosa y furiosa. No. Era una locura silenciosa, de esas que arden lenta pero constantemente, como un fuego que no puedes sofocar. Me hacía picar la piel. Hacía que mis pensamientos tropezaran. Me obligó a salir de mi propia maldita casa antes de decir alguna estupidez. No soportaba estar cerca de ella. Pero tampoco soportaba no estarlo.
No tenía sentido, especialmente cuando fui yo quien le ofreció quedarse. Era casi como si me hubiera hechizado para hacer esa oferta.
Era peligroso allá afuera. Ese acosador seguía suelto. Eso me decía a mí mismo. Pero ella, de alguna manera, se había metido en cada rincón de mi vida, como un fantasma que se negaba a desvanecerse.
Me quedaba en la granja más tiempo del necesario. Comencé a dar paseos después del trabajo, algo que nunca había hecho antes. Solo para respirar. Solo para mantener la distancia. Si la escuch