ELAINE
Se había convertido en una rutina; yo apareciendo en casa de Duncan sin avisar como si fuera lo más normal del mundo.
Como siempre, él lo odiaba. Sus hijos, en cambio, lo adoraban. No les importaba cuántas veces Duncan refunfuñara sobre "límites" y "respeto"; en cuestión de segundos se me echaban encima, arrastrándome dentro de la casa antes de que él pudiera terminar una frase completa.
Honestamente, había llegado a disfrutarlo. Quizás demasiado. Había algo muy satisfactorio en ver a Duncan enfurecerse impotente, esa chispa furiosa en sus ojos encendiéndose cada vez que se daba cuenta de que no podía detenerme; porque si lo intentaba, tendría tres niños muy disgustados en sus manos.
Y sin importar lo terco que fuera, esos niños lo tenían comiendo de la palma de sus manos. Casi nunca podía decirles que no.
Sin embargo, un soleado domingo por la tarde, me presenté sin avisar como de costumbre; estaba jugando con los niños cuando escuché a Duncan hablando con Amelia sobre sus prác