Fragmentos y secretos
La penumbra del cuarto era espesa, casi palpable, como si la oscuridad misma se aferrara a las paredes cubiertas de viejos retratos y polvo. La única luz provenía de una vela temblorosa sobre la mesa de madera, proyectando sombras oscilantes que daban la impresión de moverse por sí solas, como si guardaran vida propia. Ethan sostenía en sus manos los tres fragmentos del espejo, sus bordes afilados cortaban suavemente la piel de sus dedos, pero ni siquiera ese leve dolor lograba distraerlo del peso invisible que sentía en el pecho.
León estaba a su lado, los ojos fijos en las piezas, intentando descifrar lo que esos fragmentos ocultaban más allá de lo visible. La tensión entre ellos se podía cortar con un cuchillo; el aire parecía cargado de secretos a punto de estallar, como si cualquier palabra pudiera desencadenar una tormenta.
—Estos fragmentos... —murmuró León con voz grave, apenas un susurro, como si temiera romper un hechizo—. No son simples pedazos rotos.