Fragmentos de una verdad oculta
La noche había caído como un manto pesado sobre la ciudad, envolviéndola en un silencio que parecía tan irreal como todo lo que había sucedido desde que el nombre “Anabel” apareció en nuestras vidas. La habitación estaba llena de un aire denso, cargado de tensiones que se respiraban como un veneno invisible, mientras el viejo diario y la fotografía descansaban sobre la mesa, vigilándonos con el peso de los secretos que aún no podíamos descifrar.
Me quedé de pie junto a la ventana, observando cómo la bruma de la madrugada comenzaba a arrastrarse entre los edificios. Las luces lejanas parpadeaban como si dudaran en permanecer encendidas, y por un momento pensé en todo lo que habíamos pasado para llegar a este punto: las sombras, las visiones, los susurros en el reflejo. Todo se sentía como piezas sueltas de un rompecabezas, y yo me encontraba en medio de todo, sin saber realmente si estaba dispuesto a descubrir la verdad.
—¿Qué es exactamente esa “puerta”