Reflejos en la oscuridad
El aire estaba tan frío esa noche que cada aliento se convertía en humo helado antes de desaparecer, dejándonos expuestos, vulnerables, como si el mismo invierno se aferrara a nuestros huesos para recordarnos que estábamos vivos. La casa de mi abuela, con su techo que crujía al mínimo cambio de temperatura y sus ventanas que lloraban gotas de humedad, siempre había sido un lugar de ecos. Ecos de risas apagadas, de pasos que nunca logré rastrear, de secretos susurrados entre paredes gastadas que aún conservaban la fragancia de la madera vieja y las flores que mi abuela guardaba en frascos de vidrio. Pero nunca imaginé que el pasado nos alcanzaría con tanta violencia.
Ana estaba a mi lado, con los hombros tensos y las manos frías, como si el frío se hubiera enroscado en ella también. Su respiración era irregular, y aunque intentaba mantener su mirada firme en la superficie del espejo, sentí su mano temblar en la mía. Me obligué a mantener la calma, aunque dentr