Ecos del pasado
La noche había caído sin aviso, cubriendo la ciudad con su manto oscuro y silencioso. El único sonido era el eco de nuestros pasos sobre el pavimento mojado mientras Ethan y yo caminábamos hacia la vieja casa de su abuela, un lugar que hasta ahora había permanecido fuera de mi mundo, pero que ahora parecía la clave para desentrañar el enigma que nos consumía.
El aire estaba pesado, denso con una mezcla de humedad y algo que no podía nombrar. Sentí la piel erizándose, como si una presencia invisible nos siguiera a cada paso. Ethan no hablaba, pero su mirada fija en la puerta que se alzaba frente a nosotros decía más que cualquier palabra.
—Aquí es —dijo finalmente, con un susurro ronco—. Aquí comenzó todo.
Me detuve frente a la puerta, respirando hondo antes de cruzar un umbral que sentía más peligroso que cualquier otro. La madera vieja crujió bajo nuestros pies, y el chirrido del portazo rompió el silencio como un grito. El aire olía a polvo, a recuerdos encerrados, a