La grieta
El grito de la sombra aún resonaba en mis oídos cuando el guardián se lanzó hacia la siguiente, desgarrándola con sus garras de oscuridad ardiente. El espejo pulsaba con luz azul, latiendo al ritmo de mi respiración, mientras el aire se llenaba de ese olor a hierro y cenizas que traían consigo.
León y yo no podíamos detenernos. Cada vez que una de esas figuras sin rostro se abalanzaba, entonábamos las frases del cuaderno, nuestras voces temblando mientras el suelo vibraba con el poder liberado.
—¡Ahora! —gritó Cassandra, su cabello pegado al rostro por el sudor mientras trazaba un sello con sal y sangre.
La siguiente sombra intentó cruzar el círculo de luz, pero retrocedió, aullando, cuando el sello brilló con un destello blanco. Las velas negras parpadearon violentamente. El guardián se detuvo frente a nosotros, su figura alta, con ojos que parecían brasas, observándonos con algo que se sentía casi como respeto.
—No podemos resistir mucho más —jadeó León, su mano temblando