Sofía
El vestíbulo se eleva como una catedral de vidrio, inmenso y casi irreal. El sol, todavía tímido, se quiebra en las paredes translúcidas y se dispersa en destellos de plata que parecen flotar en el aire, como un polvo de luz. El susurro discreto de la recepción reemplaza el tumulto de la calle; cada paso resuena suavemente en el mármol claro. De repente, me siento ajena a la ciudad que acabamos de atravesar.
Elio camina a mi lado, su mano rozando mi espalda sin empujarme jamás. Su presencia, más que un simple guía, actúa como una línea de anclaje. El suelo de piedra clara refleja nuestras siluetas, punteado de plantas altas y esculturas de acero. La fragancia mezcla la madera encerada, el café y una nota de cedro que reconozco por su aroma.
Una mujer en traje gris oscuro se acerca, figura erguida, mirada viva detrás de unas gafas sin montura. Su paso preciso corta el espacio silencioso.
— Señor Elio, todo está listo en la sala de consejos.
— Gracias, Clara. Esta es Sofía.
Ella m