Sofía
La lluvia de la noche ha dejado un olor a hierba mojada que se infiltra hasta la cocina. Bajo descalza, el vestido de lino arrugado contra mi piel aún caliente de sueño. La casa parece contener la respiración después de la tormenta, cada crujido del parquet suena como un susurro.
Elio ya está allí. Apoyado en la encimera, prepara el café. Su silueta se recorta en la luz suave que filtra por la ventana. Su cabello aún húmedo se oscurece en mechones gruesos, y un vapor ligero se eleva de la taza que sostiene entre sus manos.
Me acerco, guiada por el olor del café negro. No dice nada, simplemente me tiende la taza. Nuestros dedos se rozan, un roce que basta para despertar todo lo que la noche ha dejado suspendido.
— ¿No dormiste bien? —pregunta al fin, con voz grave, un poco ronca.
— Creo que pensé demasiado —digo soplando el café.
Esboza una sonrisa, sin burlarse. Observo la línea tensa de sus hombros, como si él también llevara aún la tensión de nuestras palabras de la noche ante