Elio
Su risa resuena aún, ligera, insolente, mientras mi cuerpo ni siquiera ha tenido tiempo de recuperar el aliento. Ella cree haber ganado, haberme roto bajo su control, pero no tiene idea del demonio que acaba de despertar.
Un rugido rueda en mi garganta, animal, antes de que pueda pensar. La derribo violentamente, aplastándola contra el colchón. Sus ojos se agrandan, sorprendidos, pero enseguida leo esa chispa de emoción que me vuelve loco.
— ¿De verdad crees que puedes domarme, Sofía?
Mi voz no es más que un gruñido. Mis manos sostienen sus muñecas sobre su cabeza, aplastándolas contra las sábanas. Siento su corazón latiendo contra mi palma, rápido, desenfrenado. Me deslizo entre sus muslos ya abiertos, y mi deseo, duro y ardiente, se eleva contra ella.
Su sonrisa desafiante, ese reto en sus ojos… me enciende.
— Quizás sí, susurra, con la voz temblorosa pero provocadora.
Gruño, y sin esperar, la tomo. Brutalmente. Con un solo golpe seco, profundo, que le arranca un grito ahogado.