SOFÍA
Sigo al borde de la cama, con el corazón latiendo demasiado rápido, mis lágrimas se niegan a ceder al abismo. Elio acaba de retroceder, su cuerpo tenso como un arco. El silencio de la habitación está saturado de electricidad. Si me callo, todo se derrumbará, pero algo dentro de mí se niega.
Ya no puedo ser solo una sombra.
Entonces suelto las palabras más peligrosas que atraviesan mi mente.
— Si no me dejas trabajar, Elio…
Él me mira, sus pupilas oscuras, heladas, esperando lo que vendrá como se espera un golpe de cuchillo.
Levanto el mentón, cada fibra de mi cuerpo tiembla pero estoy decidida.
— … entonces me acostaré con cada uno de tus guardias. Uno por uno. En tu propia casa. Y te dejaré ver lo que no quisiste darme: mi libertad.
El silencio explota en mis oídos. Incluso mi respiración me parece demasiado fuerte. Tengo miedo. Terriblemente. Pero he dicho lo que debía decir.
ELIO
Sus palabras. Sus palabras me atraviesan como una bala. Permanezco inmóvil, pero por dentro, todo