Sofía
Él me empuja contra la pared tan violentamente que la piedra raspa mis omóplatos. El choque arranca un grito ahogado de mis labios. Mi aliento se corta, mi corazón se agita en mi pecho como una bestia asustada, lista para saltar o morir. Sus ojos me queman, sus manos me aprisionan, y entiendo que he caído en una trampa de la que no tendré escapatoria.
Cada centímetro de mi cuerpo percibe su presencia: el calor aplastante, el olor a tabaco y cuero, el martilleo de su pulso que adivino hasta en sus venas tensas.
— ¿De verdad crees que puedes huir de mí, Sofía? ruge, su aliento contra mi mejilla, áspero, felino, posesivo.
Aprieto los dientes. Quiero mostrarle que no ganará. Incluso ahora, incluso con sus dedos hundiéndose en mis muñecas como grilletes invisibles, me niego a darle esa victoria.
— Un día… me perderás, Elio.
Él estalla en una risa oscura, gutural, una risa que no tiene nada de humana. Vibra en mis huesos como un eco que viene de las tinieblas. Luego, sus labios se aba