Sofía
Creo que me he quedado dormida.
Pero no fue un verdadero sueño, sino más bien un apagón momentáneo, brutal, como si mi cuerpo, vacío de toda voluntad, hubiera caído en la sombra durante el tiempo de un latido.
Aún floto en esta media conciencia turbia, donde el pensamiento se desvanece y donde el cuerpo solo continúa existiendo. Una torpeza cálida, pegajosa, adherida a mi piel desnuda.
Y luego percibo algo.
Un aliento. Una boca. Una lengua.
Una presencia indistinta, que se insinúa contra mí sin una palabra, sin un ruido, sin vacilación.
Al principio, creo estar soñando. Mi mente, aún nublada, intenta dar sentido a lo irreal que se despliega entre mis piernas. Pero la lentitud es demasiado real, la precisión demasiado carnal, para ser una ilusión. Una boca me explora, se impone, saborea mi fatiga como una ofrenda. Luego vienen los dedos, anclados en mis caderas, exigentes, imperiosos.
Quisiera hablar, protestar, huir de esa mano ajena que en realidad no lo es, pero mi garganta es