Sofía
Él está ahí.
Sentado en su sillón, con la espalda recta, el codo apoyado, la mirada perdida hacia el ventanal.
Como si contemplara un imperio invisible, algo que ya está seguro de poseer.
Un rey sin corona.
Un hombre sin dios.
Y, sin embargo, todavía cree que todo se organiza a su alrededor. Que las cosas terminan por doblarse.
Que yo, al final, terminaré por doblarme.
— La boda se ha adelantado, dijo esta mañana.
Con tono calmado. Formal. Helado.
Como si me preguntara si me gustaba el pescado o la carne.
Desde entonces, no estoy tranquila.
Doy vueltas. Quemo. Me raspo contra las paredes.
Cada centímetro cuadrado de esta casa me rechaza.
Todo aquí me grita que ya no tengo lugar.
Pero esta mañana, al verlo ahí, tan tranquilo, tan seguro…
Algo en mí se rompió.
Y se acabó.
Me acerco. Lentamente.
No para sorprenderlo. No para conmoverlo.
Sino para mantenerme erguida, por fin.
Mis manos tiemblan, pero no es por miedo. Es por rabia contenida.
Mis palabras, en cambio, son claras. Corta