Sofía
No he dormido.
Ni un solo segundo.
Y no es por falta de ganas, no.
Es porque el sueño no puede llegar cuando uno está suspendido en un vacío tan helado, cuando cada latido del corazón es un recordatorio brutal de que algo se ha derrumbado o está a punto de derrumbarse.
Cada vez que mis párpados se pesaban, lo volvía a ver.
Él.
Su mirada como un hacha.
Sus palabras, cortantes e irrevocables: La boda está adelantada.
Creo que escuché esa palabra como se recibe una detonación en una habitación herméticamente cerrada.
No había eco.
Solo el impacto, seco, devastador.
Me quedé ahí, petrificada bajo las sábanas, con la garganta apretada, el aliento corto, esperando que algo dentro de mí reaccionara, gritara, golpeara.
Pero nada.
Solo una certeza resbaladiza: esta vez, ha cruzado una línea.
Él ha decidido. ¿Y yo, qué hago?
¿Sufro? ¿De nuevo?
¿Me doblo, me encorvo, dejo que los eventos me aplasten como un autómata vacío de voluntad?
¿Pronuncio ese "sí" que quiere escu