El aire del búnker parecía más denso que nunca. Ahora que todos los hombres leales a la memoria del padre de Serena habían llegado, el espacio ya no se sentía como un escondite, sino como el corazón latente de una organización que comenzaba a despertar de entre las cenizas.
Dante permanecía de pie frente a una mesa improvisada, cubierta con mapas, fotografías y documentos arrugados que habían logrado rescatar de viejos archivos. Su mirada era fría, concentrada, mientras con un dedo recorría las rutas de distribución, los puntos de control y las casas seguras que alguna vez habían pertenecido a la familia.
—Si queremos recuperar el control de la organización —murmuró, con esa voz grave que imponía respeto incluso en silencio— necesitamos limpiar las rutas principales. Salvatore se alimenta del miedo y de la incertidumbre, pero no puede vigilar cada frontera, cada calle, cada contacto.
Los hombres alrededor lo escuchaban atentos. Había cicatrices en sus rostros, marcas de años de violen